Necesidad de dólares, subsistencia y dogma: que esconde la remake de las relaciones carnales con EEUU que ensaya Milei. Los temores de los gobernadores acuerdistas y las dudas del peronismo.
De madrugada, fuera de agenda, en un galpón desangelado, vestido con un uniforme militar que le quedaba como un disfraz, mientras el país dormía, Javier Milei hizo el anuncio más relevante de sus cuatro meses de gobierno. Con ese gesto de profunda humillación ante la generala Laura Richardson, jefa del Comando Sur, una figura militar de segunda línea en los Estados Unidos, definió la posición argentina en el tablero global, rompiendo una tradición histórica de neutralidad y poniendo al país en una situación de riesgo en un mundo que se vuelve más peligroso cada semana.
La novedad condiciona todos los aspectos de la vida económica, política y social para los próximos años.
En diplomacia las formas importan tanto como el fondo, pero en este caso no existe esa contradicción: el alineamiento es total. La genuflexión pública reflejó con fidelidad la capitulación absoluta que apuró Milei, incapaz de negociar siquiera una compensación simbólica, un compromiso por escrito de algo, un beso en la frente. Podría decirse (la cita resulta adecuada) que se rindió sin disparar un solo tiro. No es la primera vez. Repitió el modus operandi que había puesto en práctica ante otro funcionario de menor rango, el secretario de Asuntos Exteriores británico, David Cameron. El resultado de aquella reunión en Davos fue pésimo y precedió al mayor avance unilateral de Inglaterra en el Atlántico Sur en mucho tiempo.
El anuncio de la participación de Estados Unidos en una base logística en Tierra del Fuego, bastante poco preciso y de dudoso cumplimiento, es, en todo caso, un síntoma o una consecuencia de la decisión del presidente argentino de encolumnarse como nunca antes con la política exterior de Washington, en un gang bang que hace quedar a las relaciones carnales de Menem y Di Tella como un pacato espectáculo picaresco. Los planes para instalar una plataforma dual, de uso militar (para facilitar la logística de las campañas antárticas) y civil (para potenciar el lucrativo negocio de los cruceros de lujo), preceden a este gobierno. La novedad es que Milei le abrió la puerta a los yanquis para que participen.
No queda claro cuál va a ser ese rol. Si hubiera una utilización conjunta de esas instalaciones, la autorización debe pasar obligatoriamente por el Congreso, como sucedió, por caso, con la base aeroespacial china en Neuquén, aprobada en trámite legislativo. Es cierto que el presidente argentino, en la primera versión de su ley ómnibus dictaba una declaración de emergencia en materia de defensa con delegación de facultades que le hubiera permitido saltearse ese paso. Ahora entendemos por qué lo había incluído en el proyecto. Lo único que es seguro es que al poner un pie en Tierra del Fuego la Casa Blanca se arroga poder de veto para evitar que en un futuro un rival haga uso de ese enclave estratégico.
Esa es la cuestión: Estados Unidos no necesita poner un pie en el Atlántico Sur. Eso ya lo tiene en Malvinas. Y en Chile, un aliado de larga data. Lo que necesitan es mantener a China lo más lejos posible. Y la Argentina es el único cabo suelto que les quedaba. Por eso decimos que la base naval es apenas un síntoma o una consecuencia de algo más grande: el abandono de las dos represas en Santa Cruz y del proyecto para construir un cuarto reactor nuclear con financiamiento de Beijing, la salida del BRICS, el inminente veto a Huawei para participar de la red de 5G (que retrasa al país varios años en el despliegue de esa tecnología) y las barreras para que empresas de ese origen participen en la exploración y explotación de litio.
Al acceder a esas condiciones, que van mucho más allá de lo que les haya dado ningún otro gobierno argentino en la historia y ningún otro gobierno en todo el planeta en la actualidad, el país no solamente no fortalece su posición en el Atlántico Sur, sino que se vuelve más débil, atado a la voluntad de un socio estratégico de la potencia que ocupa buena parte del territorio nacional y disputa la soberanía sobre el territorio antártico. La política exterior nunca se trata de buenos y malos sino de defender, a como dé lugar, el interés nacional, un concepto que resulta intelectualmente arduo para los funcionarios de esta administración. Por eso se suben a un avión, dan un discurso y salen en la foto sin pedir nada a cambio.
Contra lo que suele repetirse en los medios, la relación con China, que no está exenta de cuestiones peliagudas, es más transparente que la que ofrece Estados Unidos. Uno podrá estar más o menos de acuerdo en los términos del intercambio, o señalar, con razón, el inmenso desequilibrio de la balanza comercial, pero la ecuación está clara. Beijing necesita comprar proteínas, vender tecnología de punta (hardware 5G, vehículos militareas) y un despliegue geopolítico blando en zonas del planeta en disputa con Washington. A cambio ofrece infraestructura estratégica, financiamiento, transferencia de tecnología, apertura de mercados comerciales para productos argentinos e integración en ámbitos propicios para el país.
No queda claro cuál es la oferta del otro lado. Qué va a recibir Argentina en este intercambio. Horas antes del acto en la madrugada fueguina el Fondo Monetario Internacional volvía a advertir que es prematuro hablar de un desembolso. Si todo esto es para conseguir 5 o 10 o 15 mil millones de dólares será la deuda más cara en una historia de dos siglos de deudas caras. Lo que sí queda en evidencia es que la Argentina, por su amplitud territorial, sus recursos naturales, la hidrovía, la plataforma marina y la proyección antártica, y a pesar de que el presidente y sus voceros insistan en lo contrario, sigue siendo un país importante en términos geopolíticos y debe hacerlo valer más no sea por mero instinto de supervivencia.
Por el contrario, el camino que tomó Milei constituye un caso inédito de diplomicidio, subordinando las relaciones exteriores de un país soberano a la estrategia bélica de una potencia extranjera. Esa decisión lesiona gravemente las relaciones con los principales socios históricos, los mayores clientes comerciales y los vecinos más importantes. Y puede concluir con una sesión de soberanía quizás irreversible que no solamente afecta a las Islas del Atlántico Sur y al Mar Argentino sino que pone en peligro el reclamo sobre territorio antártico. Es necesario recordar en este punto que las proyecciones nacionales se superponen con las de Chile y Gran Bretaña.
La diplomacia china, de proverbial paciencia, comenzó a dar señales de agotamiento ante las agresiones constantes del presidente argentino, la canciller y los voceros. En un par de ocasiones la embajada tuvo que recurrir a las redes sociales para desmentir a funcionarios del gobierno, algo inusual. Diana Mondino (dejada de lado en la relación con Estados Unidos, que se canaliza directamente a través de la jefatura de Gabinete) está intentando recomponer el vínculo pero sus gestiones no son conducentes. Su faltazo al acto en la madrugada fueguina volvió a avivar rumores de reemplazo. Se avistó un ejemplar de ave carroñera pura casta revoloteando alrededor del Palacio San Martín después de reunirse con Karina M.
El momento de la verdad va a llegar con el invierno, cuando comience a vencer el préstamo de los tramos del swap que fueron ejecutados y utilizados para pagar importaciones. Son cinco mil millones de dólares que vencen entre junio y octubre, si no se alcanza un acuerdo para refinanciarlo. En la Casa Rosada aseguran que se trata de un asunto comercial y no debería teñirse de cuestiones políticas. En el ministerio de Economía, donde evidentemente se respira oxígeno de mejor calidad, entienden que destratar a una potencia nunca resulta gratuito y se preparan para encontrar trabas en la negociación. También le temen a otro tipo de represalias: que reduzcan la compra de partidas de grano en Argentina para aumentarlas en Brasil.
Una obviedad: Estados Unidos no puede ni quiere comprar lo que deja de demandar China. Otros mercados abiertos para la Argentina, que podrían incrementar sus compras si hubiera un trabajo serio en ese sentido (no lo hay) también corren riesgo bajo este régimen de alineamiento automático con Washington: Rusia, los países árabes, México, Colombia, Brasil. La trampa es que, lejos de integrarte al mundo, la estrategia de sumisión elegida por Milei aísla al país de sus socios naturales. Sin una inserción correcta en el mundo, aumenta la dependencia, en términos materiales y políticos, de la potencia extranjera a cuyo destino quedás atado, justo en el momento de la historia en que se pone en cuestión su hegemonía global.
Los tres frentes que configuran el caldo de cultivo de la próxima conflagración de alcance global (Europa, Medio Oriente, el Pacífico) son una sola trama, entrelazada. Para el imperio, la trama de un conflicto existencial. Los riesgos se potencian. Esta semana el secretario de Estado, Anthony Blinken, viajó a Europa para asegurar que Ucrania será parte de la OTAN. Dijo algo más: que China está ayudando a Rusia “a una escala preocupante” y brindándole inteligencia geoespacial. Con pocas horas de diferencia, la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, viajó a Guangzhou, China, a reunirse con He Lifeng, el número dos de Xi Jinping, para darle un un mensaje. Habrá “consecuencias significativas” si se sostiene esa colaboración.
Esta semana las fuerzas armadas de Israel atacaron la representación diplomática de Irán en Damasco, la capital Siria, matando a siete altos comandantes. Las autoridades iraníes ya prometieron represalias contra blancos israelíes o norteamericanos en todo el mundo. La posibilidad de una guerra abierta que involucre al régimen de Teherán con Israel y/o Estados Unidos es más alta ahora que en ningún otro momento de la historia reciente. Las repercusiones alcanzarían a todo el planeta. La Argentina, en lugar de tomar medidas para resguardarse ante esa posibilidad, aumenta su exposición de forma temeraria, como si no existiera el antecedente de los atentados en la Embajada de Israel y en la AMIA.
Hace dos semanas el gobierno ponía en cuestión la democracia y el estado de derecho, reivindicando el terrorismo de Estado. Es una cuestión que no admite medias tintas. O están a favor de vivir en democracia o no estás. No es una opinión que pueda modificarse en función de cuál sea el piso del impuesto a las ganancias o cuánto transfiera el gobierno central a esta u otra provincia. Una semana más tarde Milei comenzó a ejecutar el desguace del Estado: no más universidad pública, no más plan nuclear, no más ciencia y técnica. Son iniciativas cuyas consecuencias ameritan una oposición firme, no una negociación supeditada al reparto de recursos o dejar afuera tal o cuál artículo de la ley de bases o el DNU.
En la fría madrugada del viernes en Tierra del Fuego Milei redobló la apuesta una vez más. El camino que tomó pone en riesgo la soberanía nacional y, junto a ella, el derecho de los argentinos a tener una vida en paz, al margen de conflictos donde tiene mucho más para perder que para ganar. Es una opción, como las anteriores, que no admite medidas distintas. Son cuestiones, la democracia, las capacidades esenciales del Estado y la soberanía nacional, que no pueden convertirse en moneda de cambio en regateos en los pasillos del Congreso, declaraciones estériles en las redes sociales y especulaciones sectoriales que pierden el foco en lo evidente: el diablo ya no está en los detalles, todo está en riesgo, nada está a salvo.