Desde 1976 hasta 1983, más de cien libros de literatura para las infancias y juventud pasaron a las listas negras. En el mes de la Memoria, la Verdad y la Justicia recorremos sus páginas y homenajeamos la resistencia de quienes defendieron el derecho a leer.
Entre 1976 y 1983, muchas de las personas que se dedicaban a la llamada “Literatura Infantil y Juvenil” (LIJ) sufrieron censura y persecución por parte de la dictadura militar, ya que a sus palabras se las consideraba “peligrosas”. Aún en la actualidad, hay grupos organizados que tratan de negar esa realidad histórica o llamen al silencio para tapar el pasado siniestro con graves violaciones a los derechos humanos.
La notable escritora Graciela Montes nos recuerda la importancia de la memoria: “Algunas personas piensan que de las cosas malas y tristes es mejor olvidarse. Otras personas creemos que recordar es bueno; que hay cosas malas y tristes que no van a volver a suceder precisamente por eso, porque nos acordamos de ellas, porque no las echamos fuera de nuestra memoria”.
Los militares (y sus cómplices “cívicos”, sus aliados de la iglesia católica y de las empresas), persiguieron y controlaron a los cuentos infantiles, a los que los escribían, a los que los leían…y a todxs lxs que se opusieran a las prohibiciones.
La torre de cubos de Laura Devetach (maestra rural, periodista, poeta y escritora de literatura infantil, reconocida por ser una de las intelectuales más sobresalientes en esta materia), fue prohibida por la dictadura cívico-militar-eclesiástica-empresaria.
Vuelvo a leer alguno de esos decretos, esos documentos que dan testimonio de la censura a los libros de los peques; los vuelvo a leer para saber que aún hoy esos poderes están disfrazados con otras ropas, insisten en controlar, manejar, recortar libertades y silenciar el derecho a la palabra.
Porque es necesario mirar nuestra historia reciente para, entre otras cosas, no repetirla. Con un ojo en el pasado y otro en el presente, repaso las hojas que fueron amordazadas; voy a Youtube, miró los cuentos tan bellamente ilustrados y escucho a todas las personas que nos cuentan qué pasó con La torre de cubos.
Pienso en lxs niñxs que fuimos, lo mucho que nos gustaba leer y también jugar con cubos. Y cada día me gusta mucho más ese cuento, tanto que me dan ganas de contarlo a muchxs chiques. Muchxs niñes en el jardín de infantes (en el nivel inicial, gracias al trabajo de las Abuelas de Plaza de Mayo) están aprendiendo algunas cosas sobre por qué es tan especial el Día de la Memoria. Padres, docentes y niñes (que en un futuro leerán sus páginas) reafirman un: “No me olvido”.
Otres peques están felices porque mamá y papá (o mamá y mamá, o papá y papá) preparan muchas cosas para ir a “la Marcha”, mientras otras abuelas hacen chipás muy ricos y calentitos para el 24 y ponen una pequeña banderita argentina y la palabra “Memoria”.
El libro La torre de cubos fue prohibido por la dictadura militar en 1979, por supuestamente tener: “simbología confusa, ilimitada fantasía, cuestionamientos ideológicos sociales, porque lleva a destrucción de los valores tradicionales en el campo de la literatura infantil”, explicaba el decreto maldito.
Concretamente, el decreto aparecido en el boletín 142, en julio de 1979, del ministerio de Cultura y Educación resolvió: “Prohibir el uso de la obra La torre de los cubos de Laura Devetach en todos los establecimientos educacionales dependientes de este Ministerio”.
En uno de sus puntos, el decreto militar atacaba a los cuentos de Devetcah por centrar su temática “en los aspectos sociales como crítica a la organización del trabajo, la propiedad privada y el principio de autoridad enfrentando grupos sociales, raciales o económicos con base completamente materialista, como cuestionando la vida familiar”.
Los libros de Devetach, como otros 100, fueron prohibidos por la dictadura. La asociación La Nube Infancia y Cultura los recopiló y actualmente están en la web. “Lo mejor que podemos ofrecerle a un chico es el derecho a la palabra, a la magia y a lo fantástico. La lectura da la posibilidad de mirar hacia adentro, escarbar en uno mismo”, asegura Pablo Medina, su fundador.
En esa larga lista de La Nube está Elsa Bornemann, otra de las escritoras de literatura Infantil prohibidas por sus trabajos. Su libro Un elefante ocupa mucho espacio (1975) fue censurado en 1977 por relatar una huelga de animales.También prohibieron Don Juan el zorro: vida y meditaciones de un pícaro, de Javier Villafañe y hasta a la grandísima amada de las niñeces María Elena Walsh, por Aire Libre. Otros de Laura Devetach también estuvieron en la lista: Picaflores de cola roja y Monigote en la arena.
Este mes del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, a 47 años del golpe militar, se realizarán muchos actos importantes. Todos los años los hubo (excepto durante la pandemia de coronavirus), pero acá caben destacar dos exposiciones históricas: “40 años del Golpe (1976-2016)” y la que realizó la Universidad de San Martín al cumplirse 43 años del mismo, “Las palabras ocupan mucho espacio”, inspirado en el libro censurado de Elsa Bornemann, Un elefante ocupa mucho espacio. En esas páginas, Víctor, un elefante de circo, se decide “a pensar ‘en elefante’, esto es, a tener una idea tan enorme como su cuerpo”.
Bornemann ambienta el espacio y el tiempo de Víctor en la hora de la siesta. Los domadores del circo durmiendo en sus carromatos. La gran carpa del circo. ¿Peligroso es pensar, peligroso es que un loro y el resto de la fauna se organice por sus derechos? El terrorismo de Estado prohibió a esta escritora que se atrevió a contar a las niñeces que el elefante “había declarado la huelga general” a los dueños del circo.
En 1976, Un elefante ocupa mucho espacio fue elegido para integrar la Lista de Honor del Premio Internacional “Hans Christian Andersen”, otorgado por International Board on Books for Young People, con sede en Suiza.
“A lo largo de seis meses no pude escribir. Superado ese lapso, compuse la nouvelle titulada El último mago o Bilembambudín, publicada por Editorial Fausto, y a partir de ahí continué con la escritura, contra viento y marea. Pero la prohibición afectó particularmente mi relación con la existencia. En especial, debido a la gran cantidad de personas que decían apreciarme, quererme y que se borraron por completo a causa del decreto militar. Por extensión arbitraria del mismo tuve vedado el acceso a todo establecimiento de educación pública (de cualquier lugar de la Argentina y de cualquier nivel) hasta que terminó la dictadura”, recordó la escritora en el 2001.
Un elefante ocupa mucho espacio no fue el único libro de Bonermann prohibido; también sufrió la cruel censura El libro de los chicos enamorados (1977), dedicado a Gregory Peck, un ícono del cine romántico hollywoodense de los años cincuenta y sesenta. Hablar de amor era causa de censura para el terrorismo de Estado.
«De la larga soga
voy a colgar mi tristeza;
guirnalda del patio
que ya el viento besa.
Trapito de pena
entre medias y camisas,
mi retazo de alma
que ondeará la brisa.
[…]».
Porque no estás, de El libro de los chicos enamorados, de Elsa Bornemann.
En su libro Oficio de palabrera. Literatura para chicos y vida cotidiana, Devetach nos dice: “…a pesar del desconsuelo y el exterminio existió el trabajo. Están en obras y esfuerzos individuales, guardados en cajones de autores o de editoriales que no pudieron seguir adelante, o de libreros que no pudieron venderlos” y además “…existen experiencias de trabajos privados que no por estar en voz baja dejaron de hormiguear picando algunos flancos de la dictadura”.
¿Y si este 2023, en homenaje a esas “palabras peligrosas” hacemos fuertemente visible la Memoria, la Verdad y la Justicia?